La claudicación de la historia (y la democracia) en México

 

Claudia Sheinbaum auspició el pasado 28 de febrero un funeral de Estado para una figura mexicana inexistente. Me explico. El funeral fue para conmemorar la muerte de Cuauhtémoc, el último emperador del imperio mexica (o azteca), que con gran valentía defendió su ciudad ante Hernán Cortés y sus hombres (castellanos e indígenas), pero resulta que este tlatoani no era, literalmente mexicano, sino tenochca, es decir, perteneciente a Tenochtitlán.

La historia política (no de acontecimientos de la política sino de la narrativa proveniente de políticos), se está viviendo en México con una intensidad no vista desde los tiempos priístas, pero siendo honestos y objetivamente, este discurso está vacío por el manejo faccioso que lo aleja de la Historia científica que es una historia técnica, ya que es bien sabido que la disciplina pertenece a la familia de las Ciencias Humanas y vale la pena recordar, que en palabras del profesor Moradiellos, es posible “hacerse Historia y lograrse conocimiento histórico de aquellos sucesos, acciones, instituciones, estructuras y procesos pretéritos de los que se conservan trazas y vestigios en la actualidad, en nuestra propia dimensión temporal”; el profesor es taxativo y sentencia, “de lo que no quedan pruebas, no cabe hablar con rigor o propiedad”. Este es precisamente el elemento ausente en el discurso político de la presidenta de México, rigor, elemento que al sustituirse por la carga ideológica y propagandística provoca, una vergüenza ajena y deja al que lo expone en calidad de ignorante de la cuestión histórica y sobre todo, un mezquino. Lo sorprendente es que toda esta actuación alcahueta proviene de alguien que ha sido investigadora y por lo tanto, comprendería bien el proceso científico de la evidencia empírica, entendiendo, que al solaparlo atentaría contra todo código deontológico que rige en cualquier campo de las ciencias.

Por otro lado, la utilización del indigenismo como instrumento político en línea con el anterior gobierno de México, contribuye a la claudicación de la democracia por el excesivo contenido ideológico que en detrimento de instituciones democráticas, falsea la historia y además, desconociendo la concepción de ciudadano, la sustituye por una de carácter retrógrada, precortesiana y segregando, esconde el meollo del asunto, la captura intelectual de la sociedad como en el pasado con el PRI, desplegando las acciones colectivistas, sectarias y autoritarias contrarias a las instituciones y el orden democrático.

Esto es palpable como pudimos ver el día de ayer en el Palacio Nacional con el pretexto de la celebración del día de la mujer, el baño de pureza prehispánica que le dieron a la presidenta en el que quizá cabría preguntarse ¿No quedamos que en México en su artículo 40 se señala que es una república representativa, democrática, “laica” y federal? Entonces ¿Por qué tanto ritual indígena invocando a deidades prehispánicas en un lugar político – público como es el Palacio Nacional? Esto estaría vulnerando el artículo 40 así como el artículo 24 constitucional donde se indica claramente que los actos religiosos de culto público se deben desarrollar en un templo.

Está claro que acatar la Constitución y las leyes que de ella emanan no es lo suyo, pero la intención maniquea con el objeto de polarizar y seguir personalizando el poder, hace que los mexicanos desaprovechemos (lo que a pesar de tantos problemas que tiene el país), nuestro tesoro y me refiero a nuestra historia. Somos herederos de dos civilizaciones, bien identificadas, las originarias como son los pueblos indígenas y la española (los castellanos), esta última es la que nos nos ha dotado del carácter occidental. Esto debería ser orgullo nacional sobre todo y no únicamente por tener uno de los patrimonios con mayor proyección en el mundo, sino por ser ejemplo de cómo un factor no sólo biológico sino también social como es el mestizaje, único y característico de la cultura mexicana, ha sido el protagonista que ha configurado a un pueblo dándole identidad. Cuando se visita el museo del Templo Mayor de los aztecas en la Ciudad de México, en la parte superior se encuentra una cristalera a la que coloquialmente suelen denominarle “la ventana del tiempo”, esto es debido a que es posible apreciar panorámicamente a tres culturas a la vez, la azteca, española y el producto de ambas, la mexicana. La historia está para aprender de ella, conocer y comprender nuestro pasado es parte de nuestra obligación, pero esto conlleva desafíos como es precisamente el momento en el que nos encontramos, la claudicación de la historia por sus actores.




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