Un corazón dócil necesario para nuestros políticos


En estos momentos en los que en España decide el rumbo político que tendrá durante los próximos cuatro años me viene a la cabeza aquel discurso del Santo Padre Benedicto XVI en el Bundestag alemán sobre aquellos que acceden al poder, reflexivo y potente a su vez, basándose como herramienta pedagógica en «El Libro de los Reyes» ante la Canciller Merkel y legisladores sobre el Rey Salomón y su petición a Dios de tener "un corazón dócil" para hacer el bien.

Ese corazón dócil no es otra cosa según nos lo explica el Santo Padre como aquella parte fundamental del ser humano que es la conciencia, herramienta esencial de todo ser para que pueda distinguir a través de la razón y la naturaleza, elementos necesarios para distinguir el bien del mal, identificando aquellos caminos que en determinado momento podrían llevarnos hacia uno u otro, ya que hacer el bien conduce a trabajar por la justicia, el bien y la paz. Para realizar acciones que hagan el bien, los políticos de nuestros días "deberían" de servirse del derecho, un derecho que nazca a la luz, interacción y el equilibrio precisamente entre la razón y naturaleza, fijando los criterios para que toda actuación pública sobre la sociedad quede en el marco de ese derecho. Esa debe ser la fuente desde la que emerjan los contenidos básicos del derecho.

Los políticos de nuestros días deben no únicamente atender a su éxito personal como lo señala el Papa Benedicto XVI, que aunque sea necesario para lograr sus objetivos electorales y acceder a los cargos públicos a los que se presentan,  deben trabajar por el bien de todos, de la sociedad en su conjunto y no dejarse chantajear ni por sistemas de pensamiento, estructuras económicas o por uno de los grandes errores del ser humano como es la soberbia, letal en la política. 

El Santo Padre termina su intervención con un párrafo que les comparto y que a mi juicio, aunque es breve, resume lo expuesto en mi texto ya que dispone de una carga intelectual invitando a la meditación, ya que aquel rey en lugar de pedir prestigio, lujos o grandes beneficios para su persona se limita a pedir un corazón dócil:

"Al joven rey Salomón, a la hora de asumir el poder, se le concedió lo que pedía. ¿Qué sucedería si nosotros, legisladores de hoy, se nos concediese formular una petición? ¿Qué pediríamos? Pienso que, en último término, también hoy, no podríamos desear otra cosa que un corazón dócil: la capacidad de distinguir el bien del mal, y así establecer un verdadero derecho, de servir a la justicia y la paz. Muchas gracias".  


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