Mociones, elecciones y decepciones


Hoy se cumple un año del confinamiento domiciliario en España, un año en el que nos familiarizamos con la palabra "estado de alarma" y nos vimos obligados a encerrarnos por culpa de la COVID-19, un virus que ha desafiado todos los esquemas conocidos y en el que seguimos sin poder hacerle frente de forma contundente. Ese día quedará grabado en nuestra mente por el impacto que ha tenido sobre nuestra vida y libertad, donde aún resuenan ese “Resistiré” seguido del ejército de aplausos.

Ya pasó un año pero la pesadilla sigue y los resultados que nos dejó el 2020 son de película de terror materializándose, bajo mi punto de vista, en cuatro dramas que constituyen un trauma difícil de olvidar para la sociedad española y el mundo entero. En primer lugar, el drama que afecta al aspecto humano, la vida y la salud, me refiero a la tragedia en la que han fallecido más de setenta mil personas (según la información que dan las autoridades) y en la que España se ubica actualmente entre los veinte países más afectados por la pandemia y con mayor número de muertes por cada 100.000 habitantes según señalan los datos de la Universidad Johns Hopkins. Esta situación ha provocado una crisis sanitaria de dimensiones inimaginables que ha puesto al borde del colapso al sistema de salud español. Seguido del drama personal que ha supuesto esta situación viene la imagen de una economía arruinada presentando la mayor caída mundial según ha informado la OCDE después de publicar el crecimiento real del PIB de las distintas economías que conforman la organización. Al drama humano y el económico aparece y se une el tercero y producto de los dos anteriores, el drama social, el desastre hacia el que nos dirigimos y como ejemplo a mostrar es el de encabezar las tasas de desempleo más altas del mundo junto con Grecia y Colombia, el aumento de las colas para pedir alimentos por una parte de la población vulnerable en instituciones como Cáritas o instituciones públicas debido al  crecimiento de la pobreza y la desigualdad, y el de cierres de comercios y negocios y si esto no fuera suficiente, aparece en escena un cuarto drama que corresponde a la inexistencia de un verdadero liderazgo político. El Gobierno español con grandes atribuciones que la Constitución le otorga, debería en este momento liderar la construcción de ese muro de contención que frenara la intensidad de la crisis, con creatividad, negociación y gestión, trabajando sin descanso y aplicando todos los ajustes que necesita la economía y la administración en beneficio de los ciudadanos y su bienestar, pero en su lugar lo único que encontramos son expresiones impropias del cargo y responsabilidad que se le confiere, de un sectarismo militante que se dedica a dilapidar esa credibilidad pública indispensable en estos momentos y a malgastar ese recurso escaso que es el tiempo. Los ejemplos sobran sobre cómo las prioridades políticas a lo largo de este año han estado por encima del interés público y de las necesidades reales de España y no hay mejor ejemplo (que ya es el colmo) como lo sucedido esta semana en Murcia y la hecatombe producida en la esfera política. Cabe señalar que esto no es responsabilidad exclusiva del gobierno sino que también sería extrapolable a otros ámbitos de poder como es el legislativo en el que el encono y el interés partidista forma parte de la praxis política en detrimento de la búsqueda de soluciones y la formación de propuestas para salir de hoyo en el que nos encontramos.

El panorama es desolador y no sabemos hacia dónde nos dirigimos y cómo quedaremos ya que no hay capitán ni referencia que dé rumbo sobre todo, por el andar de estos cuatro jinetes del apocalipsis español.  Sí algo nos queda claro es que habrá que resistir pero entre mociones, elecciones y decepciones anda la cosa.






Imagen: Asociación Valiente Bangla | La Moncloa | diario médico 

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