De promotor inmobiliario a ¿Presidente de los Estados Unidos?


Cuando Ronald Reagan llegó a la presidencia de los Estados Unidos, se dudaba de su capacidad desde algunos sectores de la sociedad e incluso se criticaba que un “cowboy” del cine fuera el que conduciría al país durante la década de los ochentas. La silla presidencial que tiene una historia y un alto respeto por el valor que significa sentarse en ella, ahora tiene la probabilidad de convertirse en el asiento para el análisis de la cartera de inversiones y las ocurrencias que se dirán frente a una cámara de televisión.

El promotor inmobiliario, Donald Trump, (nieto de un “inmigrante” alemán) es un hombre de negocios (negocios que ponen en tela de juicio su responsabilidad social) que tiene como objetivo dentro de su megalómana conducta, un capricho que rondaba su cabeza desde su juventud, ocupar la Casa Blanca. Después del incordio que producía el tenerlo al lado para debatir en la elección para candidato del Partido Republicano, aguantar sus insultos y disparates, se encuentra por fin en la carrera presidencial.  Trump es un animal mediático, su esencia precisamente se encuentra en ser un “showman”, busca constantemente ser el centro de atención mediática, con dos elementos que son parte de su naturaleza, la ofensa y el dislate.

El problema reside en que la línea que separa el mundo de los negocios, su dirección, la tasa de rentabilidad y el aumento de activos, se difumina en su mente sobre lo que es un “Estado”, un sistema político, las políticas públicas que le dan vida y una política exterior en coherencia a la línea seguida por la diplomacia estadounidense. Pedir al enemigo más acérrimo de los últimos tiempos de los EE.UU. que espíe a su adversario político para desprestigiarlo electoralmente, o señalar que “cuando sea presidente me va a respetar” (hablando a título personal y en referencia a Putin) constituye el paso de una línea a otra sin saber y ni conocer lo que sus declaraciones pesan en política y concretamente, en la política exterior. El Partido Republicano perdió la ocasión de tener un candidato presidencial que volviera a encumbrar su tradición política de la que han surgido grandes candidatos y presidentes como lo fue en su momento el general Eisenhower en 1953, que ha pasado con letras de oro en las páginas de la Historia, así que el “Great Old Party” se enfrenta ahora a una realidad indeseable en la que puede pagar un precio muy alto por la designación de una figura tan barbajana, de poco valor ético y de carencia de conocimientos políticos.

Ahora el mundo se encuentra en la incertidumbre sobre lo que sucederá en las elecciones en Estados Unidos, pero lo que tiene claro es que, de ganar Trump, serán tiempos difíciles empezando por México y extendiéndose hasta el otro lado del Atlántico pero paradójicamente, esta situación es para los mismos estadounidenses y todo ello deriva que, ser presidente de una corporación empresarial o un grupo constructor no tiene nada que ver con ser Presidente de los Estados Unidos. Algunos no entienden qué significa eso.


Make America Great Again... To be continued.

Comentarios

  1. Amigo, siempre es grato leer tus comentarios. Te seré sincero, de entrada me gustaría que siguiera la línea de Obama, sin embargo, tengo mis dudas de que Trump sería mal presidente, es como si, pensaramos que Slim lo sería, o Gates, no sé, finalmente el Gobierno puede dirigirse como una empresa también. Te mando un fuerte abrazo.

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    1. Muchas gracias amigo, interesante tu planteamiento y respondo a lo que según creo. Cualquier ciudadano comprometido y con vocación de servicio público puede luchar para alcanzar el poder y gobernar, pero lo que si debe quedar claro es la diferencia entre la gestión pública y la privada y creo que en este sentido, Trump, no ha entendido cómo funciona por más que pueda tener asesores que le apoyen de forma técnica. Un empresario puede ser buen presidente siempre y cuando, distinga claramente la línea que separa lo público de lo privado. Un saludo.

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